Las legiones perdidas
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Los bocadillos de los cómics, al igual que los versos, pierden no poca de su gracia con las traducciones. De modo que en mis dos últimas lecturas de las aventuras de Alix -Roma, Roma (2005) y El demonio del faro (2008)-, cuando aprecié cierta merma en la dicha que de ordinario me procura esta colección, la achaqué al francés original de los álbumes, que me traduje sobre la marcha con mis precarios conocimientos de la lengua de Baudelaire.
Con todo, el júbilo que me ha procurado en estas últimas tardes la lectura de Las legiones perdidas, en la edición numerada del pasado año de NetCom2 editorial -mi ejemplar es el 384/1000-, se ha debido a algo más que a la impecable traducción de Jesús Caso. Tengo la teoría -y ya creo haberla expresado en esta bitácora- de que las series de cómics legendarias, prolongadas más allá de las entregas concebidas por sus autores originales, se ven demediadas de un modo inexorable.
Blueberry es un ejemplo meridiano a este respecto. Empiezan a serlo Blake y Mortimer y Alix el intrépido no es el mismo cuando es obra de Jacques Martín en exclusiva que cuando el autor original recurre a colaboradores que firman con él el álbum: Rafael Morales, Roma, Roma; Christophe Simon y Patrick Weber, El demonio del faro. De modo que la dicha que me ha procurado esta nueva entrega del Alix se ha debido tanto a la calidad de la serie como a ser una de sus primeras entregas.
Ese afán de imperio y su lealtad a César, que pese a sus orígenes galos inspirarán a Alix en Roma Roma, ya están presentes en Las legiones perdidas. Dado a la estampa en 1965, fue la sexta entrega de la colección, nacida en la revista Tintín en 1948.
El álbum comienza una noche en que Alix es llamado a gritos por un fugitivo que pretende darle una espada. Cuando nuestro héroe se interesa por el asunto, Agérix, el tipo en cuestión, resulta ser es un esclavo cuya huida le vale ser arrojado a la arena del circo. Allí habrá de defender su vida en liza con los más aguerridos gladiadores. Inexperto ante los luchadores, Agérix está a punto de morir a manos de su rival cuando Alix -en virtud de su derecho de patricio-, se arroja al coso en su defensa. Naturalmente, le salva.
Ya en su casa y en compañía de Enak, Agérix pone a su benefactor en antecedentes. El acero que el esclavo -ya liberto- intentó hacer llegar a Alix es la espada de Brennus. Ésta es un arma mítica en la Galia. Después de haber equilibrado la balanza en una rendición de los romanos al caudillo del que toma su nombre, otro de los paladines galos, Vercingetórix, consiguió coaligar con ella a todas las tribus contra la invasión romana. Robada ahora por Garofula -el amo de Agérix- del Capitolio, donde César depositó el arma tras derrotar a Vercingetórix en Alesia, el ladrón pretendía hacérsela llegar a Pompeyo. El cónsul trama una celada para bajar a César, que combate en el norte de Galia, de su "pedestal de vencedor".
A tal fin, Pompeyo auspicia la sublevación de una colación galo-germana, agrupada bajo el mito de la espada, que blandirá un jefe germano -Kilderic- para crear un reino al margen del imperio romano. Esto echará por tierra el prestigio de César. Pero Alix no está dispuesto a permitirlo ya que a la vez, esto sumiría a la Galia en la muerte y la destrucción.
Son muchas las connotaciones que se desprenden de este dato. La primera y más singular es la sumisión de Alix al imperio romano. Radicalmente opuesta a postura de Astérix y a la del entrañable Jabato. Nacida sin duda de la pasión de Martin por la antigüedad clásica, en las viñetas centrales de la página 51 su afán romano le lleva a ensalzar la dominación como la impulsora del progreso en una Galia que ya no es más que una provincia del imperio. Frente a esas dichas de la dominación se alzan los bárbaros germanos, siempre prestos a la destrucción y a emborracharse con hidromiel. Amén de la reproducción de la realidad, no hay duda de que la villanía teutona en estas páginas también pasa por esos trabajos forzados, a los que los nazis condenaron a Jacques Martín en la fábrica de Messerschmitt durante la Segunda Guerra Mundial.
Volviendo al álbum, apenas abandonan Alix, Agérix y Enak la Ciudad Eterna, en pos de la tropa de Garofula y con las de Pompeyo prestas a detenerles, se une a ellos un facineroso al que encuentran en una posada. Se llama Porius y dice haber quedado fascinado por la lucha de Alix en el circo en defensa de Agérix.
Tras las escaramuzas que son de esperar, la pequeña tropa se dirige hacia Taurinorum -el actual Turín se explica en una de esas deliciosas llamadas a pie de página, tan caras a la escuela de la Línea Clara- cuando Alix tiene oportunidad de salvar la vida a un lobo que ha quedado atrapado en una trampa.
Una vez en Turín, Alix intenta poner en antecedentes al gobernador de la que se trama contra César cuando descubre que Garofula se le ha adelantado poniendo en su contra al gobernador. Pese a que nuestro intrépido héroe encuentra en las calles a su amigo el centurión Galva, ello no es óbice para que una felonía de Porius, quien también resulta estar al servicio de Garofula, le lleve al calabozo acusado de traición.
No obstante, será Porius quien, arrepentido de su villanía y ganado por la "valentía" y la "nobleza" de nuestro héroe, se lo cuente todo al general Horatius. Tomando las riendas de la situación, Horatius ordena que Porius vuelva con la tropa de Garofula, que se dispone a entregar la espada de Brennus a Kilderic en una fortaleza escondida de los Alpes. Alix, Galva, Enak y Agérix van tras ellos en tanto que el propio Horatius se pone al mando de las legiones que irán al encuentro de César, pero que acabarán siendo las legiones perdidas entre la nieve de los Alpes y las hostilidades de los rebeldes galos aludidas en el título de esta delicia.
Más curiosa es la suerte de Alix, quien comienza a recibir la inestimable ayuda de una manada de lobos liderada por aquel al que salvó de la trampa, cuando se ve acosado por los bárbaros germanos y sus perros en el lago que rodea la fortaleza donde ha de entregarse la espada.
Dentro del bastión, no sin un conato de pelea entre Kilderic y Vanick -el caudillo de los galos- la rebelión contra César se última cuando Alix irrumpe para hacerse con la espada. Descubierto por Vanick, resulta que éste es su primo y sale en su defensa. Con el nuevo aliado y su natural astucia, todos consiguen escapar de la fortaleza germana.
Puesto al corriente el propio César de lo que hay por unos emisarios de las legiones perdidas, será él personalmente quien mande las nuevas legiones que parten en ayuda de Alix y sus amigos, sitiados en unas ruinas por Kilderic y Garofula. Cuando llegan, Agérix y Porius han muerto y el lector ha asistido a una de las mejores entregas de la colección, que es como decir lo mejor del cómic franco-belga, el primor de la excelencia.
Publicado el 13 de julio de 2012 a las 17:15.